Celos.

Sí, sí, recuerdo cómo dolía. E incluso creo que esa espina sigue en alguna parte de mí. 
Aquellos celos que me invadieron por completo, y yo no podía hacer nada. Ya no era asunto de nadie. Ni mi dolor, ni en los labios de quién depositase ella sus besos. Pero seguía doliendo.
La confianza que deposité en su ser, desapareció, se esfumó y salió volando hacia el infinito. 
En ese momento, deseé irme sola por aquel bosque tan sumamente peligroso. Si me pasa algo, ¡bah!, no le importaría a nadie. 
Mi mundo se desvaneció, y pasó de aquellos tonos fríos, pero vivos, a un gris muerto, tan muerto que dolía en el corazón. 
Pero yo no podía seguir viendo eso, y aparté la cabeza. No necesitaba eso, no. Más lágrimas vacías y preguntas sin respuesta alguna, no. No quería más noches sola, ni más despertares sin ella, no.
Y ahí estaba yo, flotando a la deriva en algún mar desconocido. Perdida entre el viento y las hojas cayendo al suelo. Entre nubes oscuras que me decían que no volvería a ser feliz. Enamorada de una ilusión, y viendo cómo ella la rompía sólo para mí.
Viendo como todas las cuerdas que me ataban a mi existencia ya no estaban ahí, agarrándome y colocándome en el punto de Dios sabe dónde.
Yo... me sentí vacía, y traicionada.

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