Corrían hacia las cinco de la mañana. Era una de las primeras noches frías del otoño. Yo lloraba sola, y procurando hacer el mínimo ruido posible. Había silencio, exceptuando algunos pequeños ronquidos que parecían decirme que me fuese ya a dormir. Si prestaba atención, podía oír las lágrimas chocando contra el papel, era un sonido seco, pero no desagradable. 
El amor me había jugado una mala pasada por primera vez. El destino se burlaba de mí. Zeus jugaba conmigo como si fuese su marioneta. La luna aquella noche se había escondido entre las estrellas, parecía que quería resguardarse del frío. Por más que la buscaba y la buscaba, ella también se burlaba de mí jugando al escondite.
A mis catorce años el amor me pedía que tirase la toalla, alguien me susurraba que lo hiciese. Pero yo aún no estaba dispuesta a ello.
Aquella noche, yo no era yo. Aquella noche decidí escribir estas palabras por si alguien, en cualquier lugar, podía oírme. Aunque yo sabía para quién escribía estas palabras.
El mundo, tal y como lo conocía, dejó de tener sentido. Pensé que una vida sin él no merecía ser vivida.
Lloré y lloré intentando llenar con lágrimas un pozo sin fondo. Fingí sonrisas que saltaban a la vista que eran falsas. Vi mil caídas suyas sin inmutarme casi. Sufrí en silencio delante suya, sólo para que no se sintiese mal. Y, sobretodo, seguí amándole durante bastante tiempo. Más del que yo tenía previsto.


"Hubiese podido escribir los versos más tristes aquella noche.
De hecho, hubiese querido poder hacerlo."

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