Ella me vio llorar un día, y me preguntó qué pasaba, entre lágrimas le pregunté si ese hombre vendría a vivir con nosotras, y me dijo claramente: ''No, Ana, esta casa es de tu hermana, mía y tuya, sólo nuestra.” Le tomé la palabra, y sonreí, creyéndomelo.
Ahora, un mes y poco después, pienso en lo ingenua que fui.
“Cuando yo me vaya de casa, ¿me echarán de menos o simplemente me sustituirán?”
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